Un tal Pacuvio, que intentaba pedir algún dinero al primer emperador de Roma, Augusto (63 a. C.-14), ingenió la siguiente estratagema: —Señor —le dijo—, corren voces de que me habéis dado una crecida gratificación. Todos me dan la enhorabuena; apenas hay quien no hable de ello. —Déjalos hablar —repuso Augusto—, pero tú no lo creas.